¿Qué he aprendido en estos años en esta escuela? ¿Qué he aprehendido? No sé, déjeme pensar... Mejor oigo lo que los demás dicen para darme una idea de lo que quiere que le responda. Todos callan. José habla, habla, bla bla bla. Halagos de parte de Acosta, ¿qué dijo? Nadie sabe. Martha habla, Enrique habla, Fabiola habla. Todos, en medio de sus divagaciones, tienen algo rescatable (algo que va a utilizar en su conferencia próxima), me pide que hable. ¿Yo? ¿A mí se dirigió? ¿Si quiero puedo hablar? ¿Osea que no me lo había pedido? ok, aquí voy.
Aprendí a analizar, a ser segura, a preguntar, a no quedarme con dudas, a.... ¿Qué? ¿Qué no soy concreta? Pero si soy la única que lleva menos de dos minutos hablando sin divagar. ¿Qué estoy sacando frustraciones, odios, temas de sexualidad reprimidos? ¿Qué no estoy contestando la pregunta? ¿Qué carajos quiere que haga entonces? ¿Qué diga un resumen de cada materia que he tomado desde que entre tal como lo hizo Martha? ¿O una oda a mi misma como Enrique?
Aparte, yo lo que hago es contextualizar, así me lo decía Él, y no le molestaba. Los que concretan todo son unos aburridos que no quieren conversar.
Mostrando entradas con la etiqueta L. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta L. Mostrar todas las entradas
martes, 16 de marzo de 2010
martes, 9 de marzo de 2010
Y sin más, sus vagabundos deseos franceses regresaron.
Un día se levanto, tomo su leotardo, sus mallas y sus tenis. Tomo el bus que la dejaba en el centro, bajo en El Chopo y camino hasta las Residencias Franco, a la casa adaptada para dar clases en su mayoría artísticas.
Llego temprano como casi siempre, se quito los calcetines y se dispuso a tomar su clase de contemporánea en la que, si bien no era buena, era feliz. Al acabar la clase, se puso sus tres capas de ropa, su bolso y caminó junto a su compañera platicando del ensayo que tendrían en unos instantes.
Eran unas cuantas cuadras al lugar del ensayo, pero la extenuante clase hizo que se detuvieran en una esquina a comprar jugo de naranja con zanahoria (su favorito). Su compañera, que además era su homónima, discutía sobre lo que deberían hacer en las siguientes cuatro horas. Quería imponer un penoso ejercicio de energía que ella odiaba, así que lo rechazo y la otra se molesto.
Por la tarde, ella enfermo, estuvo grave seis horas, pero falto a clases y ensayos cuatro días. En su casa, sin luz, no le quedo otra mas que dormir y llorar, llorar y dormir, hasta que la falta de alimentos la hicieron levantarse, ir por agua, sentarse a la cama y ver el esplendido paisaje que ofrecía su ventana.
Fue ahí, justo ahí cuando el melocotón de su jardín le insinúo la palabra clochard, cuando el viento le grito Sena, Río Sena, cuando su mente viajo tres años atrás y recordó como, sin haber nunca pisado más allá de México, caminaba al lado del Sena y en un pequeño puente de piedra desabrocho su abrigo gris, quito sus zapatitos negros, volteo a ver la luna y en el preciso instante en que sus pies impulsaban un salto, llego ese clochard, con su aliento a licor barato, con sus tenis tan caros que podrían alimentar a los niños de África. Llego como ráfaga de viento, le tomo por la cintura y le arruino la mejor muerte que hubiera podido imaginar. La volteo y la beso y le hablo se Nietzche y de Tideland, y la cautivo con sus hermosos labios carnosos y esa irresponsabilidad para la vida.
Y entonces ella odio al viento y al durazno del jardín y a la ventana por hacerla recordar, por que inevitablemente recordaba también que de regreso en México, el estúpido clochard la había abandonado, con treinta pesos en su abrigo gris, en el metro aeropuerto, y por su culpa se había puesto la peor borrachera de su vida. Y como si el universo se burlará de ella, la tarde del día que regreso a clases, un amigo le recordó a Vargas Llosa, al niño bueno y la niña mala, al Sena y al clochard y ella tuvo unos inmensos deseos de regresar al puente de piedra, para que esta vez en lugar de sostenerla, la empujará.
Llego temprano como casi siempre, se quito los calcetines y se dispuso a tomar su clase de contemporánea en la que, si bien no era buena, era feliz. Al acabar la clase, se puso sus tres capas de ropa, su bolso y caminó junto a su compañera platicando del ensayo que tendrían en unos instantes.
Eran unas cuantas cuadras al lugar del ensayo, pero la extenuante clase hizo que se detuvieran en una esquina a comprar jugo de naranja con zanahoria (su favorito). Su compañera, que además era su homónima, discutía sobre lo que deberían hacer en las siguientes cuatro horas. Quería imponer un penoso ejercicio de energía que ella odiaba, así que lo rechazo y la otra se molesto.
Por la tarde, ella enfermo, estuvo grave seis horas, pero falto a clases y ensayos cuatro días. En su casa, sin luz, no le quedo otra mas que dormir y llorar, llorar y dormir, hasta que la falta de alimentos la hicieron levantarse, ir por agua, sentarse a la cama y ver el esplendido paisaje que ofrecía su ventana.
Fue ahí, justo ahí cuando el melocotón de su jardín le insinúo la palabra clochard, cuando el viento le grito Sena, Río Sena, cuando su mente viajo tres años atrás y recordó como, sin haber nunca pisado más allá de México, caminaba al lado del Sena y en un pequeño puente de piedra desabrocho su abrigo gris, quito sus zapatitos negros, volteo a ver la luna y en el preciso instante en que sus pies impulsaban un salto, llego ese clochard, con su aliento a licor barato, con sus tenis tan caros que podrían alimentar a los niños de África. Llego como ráfaga de viento, le tomo por la cintura y le arruino la mejor muerte que hubiera podido imaginar. La volteo y la beso y le hablo se Nietzche y de Tideland, y la cautivo con sus hermosos labios carnosos y esa irresponsabilidad para la vida.
Y entonces ella odio al viento y al durazno del jardín y a la ventana por hacerla recordar, por que inevitablemente recordaba también que de regreso en México, el estúpido clochard la había abandonado, con treinta pesos en su abrigo gris, en el metro aeropuerto, y por su culpa se había puesto la peor borrachera de su vida. Y como si el universo se burlará de ella, la tarde del día que regreso a clases, un amigo le recordó a Vargas Llosa, al niño bueno y la niña mala, al Sena y al clochard y ella tuvo unos inmensos deseos de regresar al puente de piedra, para que esta vez en lugar de sostenerla, la empujará.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)